domingo, 19 de diciembre de 2010

Un hijo, un árbol y un libro.


Muchos años atrás, el gran poeta cubano José Martí habría de decir que: "Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro". Tengo dos maravillosos hijos de los cuales estoy muy orgulloso. Grandes están dando pasos de universitarios a punto de emprender su propio vuelo. Como pater he adoptado más hijos, simbólicamente, en mi vida. He plantado muchos árboles, principalmente frutales, en varios jardines de por todo este mundo. También he escrito muchas cosas en mi vida, algunas han sido publicadas en la Web, en mi sitio o en uno de mis Blogs. Pero, y no es un pero menor, nunca había escrito un libro. Uno de esos de verdad, de papel, con tapa y contratapa. Faltaba eso.

Otro gran poeta cubano, don Silvio Rodríguez, cantaría un día;

¿Quién lo ayuda a ir al cielo?, por favor
¿Quién puede asegurarle la otra vida?
Apiádense del hombre que no tuvo
Ni hijo, ni árbol, ni libro

Un hijo, un árbol y un libro, pues en verdad se parecen. Y mucho. Todos parten con una pequeña semilla. Todos van creciendo con los años. Y todos dan frutos. Un hijo parte de una pequeñísima semilla de amor, va creciendo en largos años nutrido de ese mismo amor y termina por dar maravillosos frutos de amor retribuido, de logros y de nietos. Un árbol también parte con una semilla, crece por muchos años, lustros y décadas, primavera tras primavera, dando jugosos frutos de dulce goce. Un libro es lo mismo, parte con la inmaterial semilla de una idea, crece palabra tras palabra, frase tras frase, metáfora tras metáfora, página tras página, hasta cristalizar en un todo, materializarse en tinta sobre papel. Ese todo es portador de frutos etéreos de orgullo, satisfacción, logro, meta alcanzada, fama, además de los consabidos retornos económicos, ese exquisito eufemismo por el cochino, pero tan indispensable, dinero.

Claro está que los frutos son sólo la cosecha de incontables noches escribiendo, de solitarias madrugadas corrigiendo, de largos días frente a la hoja en blanco, anotando ideas o frases inconexas. El escribir es una maldición. En verdad os digo, es una gran maldición, pues no se llega cansado a casa después del trabajo a escribir por placer, sino porque es perentorio, ineludible, el arrancar un poco del alma para dejarla tirada en el papel en un vano afán de alcanzar un breve instante de sosiego. Se escribe porque se debe, obsesivamente, sacar lo que está dentro.

Sé quien pasó la vida maldiciendo
Recorriendo en silencio viejas calles
De mujer en mujer como un mendigo
Sin hijo, ni árbol, ni libro
Sin hijo, ni árbol, ni libro

¿Qué hacer con esas hojas de 刺身, sashimi, de alma propia? ¿Sazonar el 刺身 de alma propia con una buena porción de ワサビ, wasabi, comérsela y ponerse a llorar? Algunas personas amontonan cuadernos que nunca habrán de ser leídos por nadie, nunca. ¿Cuántos poemas anónimos habrán sido escritos para terminar como papel reciclado? ¿Cuántos poetas invisibles caminan nuestras calles? ¿Nuestras veredas? Felices duendes dueños de sus idioletras. Otras personas toman la hojarasca de sus noches en blanco y la difunden urbi et orbi empapelando el mundo con todo lo que excretaron en cuanta hoja se les cruzó en el camino. Cada cual su vida y cada cual su camino, , Tao en chino mandarín o en japonés.

Mi partió hace un par de décadas más o menos con esa entrañable manía de anotar las palabras y expresiones nuevas en sempiternas libretas de notas, esté donde esté, en el estado de intemperancia alcohólico que esté. Así se fueron juntando palabras, voces, expresiones, modismos, proverbios y frases anotados en libretas o en cualquier pedazo de papel al alcance. Adolezco, entre muchas otras, de la manía de ordenar lo que sea, cosa razonable para un computólogo como el que escribe, pero absolutamente insufrible en un ser humano. Sin embargo, gracias a esa manía, paulatinamente la cosecha de palabras fue ordenada en archivos (i.e. ficheros) temáticos. Pasó el tiempo, como suele pasar, hasta que un buen día la gente alrededor mío empezó a hablar en HTML de una cosa llamada la Web y así fue como en 1994 inicié el proceso de migrar los documentos a la Web. Como suele suceder con los grandes cambios culturales, estaba entrando de lleno en la era de la Web y de las publicaciones digitales sin darme siquiera cuenta. Ahora agregaba mis notas directamente a los documentos en la Web, según el azar de los viajes, de los aportes vía correo electrónico y de mis ratos libres.

El tiempo siguió pasando con su ritmo de lento río pausadamente escogiendo su rumbo, meandro tras meandro, y los documentos en la Web siguieron creciendo hasta llegar a convencerme de que su eventual materialidad se hacía ineludible. Uno de los documentos con mayor crecimiento fue el denominado Más X que Y (http://www.levieuxcoq.cl/Mas_X_que_Y.html) pues es el resultado de la recopilación sistemática de una expresión cultural muy propia a nuestros países.

Más X que YComo la recopilación de Más X que Y alcanzó una masa crítica innegable llegó el momento de llevarla a un soporte físico, siendo el papel un medio perfecto en un acto de un atavismo fulminante en estos digitalizados días. El usar piedra como soporte físico habría creado un producto de lo más duradero, ciertamente más impresionante y de seguro con una fuerte diferenciación competitiva, pero por motivos meramente de practicidad la piedra dejó de estar de moda entre los libreros hace como unos dos a tres milenios, por lo bajo. Claro está que el soporte en tabletas cuneiformes, papiros, quipus, pergaminos o memorias de ferrita también adolecen todos de problemas que varían entre el peso del medio mismo hasta las quejas de los corderos. Finalmente me decidí por el papel y el resultado está a la vista en el libro homónimo, el cual los bienaventurados lectores podrán encontrar y, sobretodo comprar, en Amazon.com para empezar, y quién sabe en qué otros sitios o librerías.

Los hombres sin historia son la historia
Grano a grano se forman largas playas
Y luego viene el viento y las revuelve
Borrando las pisadas y los nombres
Sin hijo, ni árbol, ni libro

Pero un libro es como un hijo en otro sentido; ambos son un verdadero parto. Ambos se deben parir, con dolor, con empuje, con mucho esfuerzo y con sangre. El tomar un documento publicado en la Web y pasarlo a formato de libro parecía ser una tarea relativamente simple. En la práctica, resultó un parto.

Para editar este libro partí tomando algunas decisiones. La primera fue de realizar la edición en una plataforma editorial que me asegurara una buena distribución mundial además de tener toda mi confianza. Esto básicamente limita la selección a CreateSpace, de la compañía Amazon.com, pues son el claro líder como librería virtual en Internet a nivel mundial. La segunda decisión fue la de asumir mi completa ignorancia en temas de ediciones de libros en el mundo físico, llevando a la conclusión obvia de pedir ayuda a quien sabe de estos menesteres. Justamente, mi buena amiga de tantos años, doña Coka Urzúa Piffaut, es una excelente diseñadora especialista en editar libros. Cándidamente asumimos que entre ambos teníamos las suficientes habilidades como para realizar la edición digital en CreateSpace, lo que resultó siendo cierto, pero no contamos con un claro dimensionamiento del tamaño de la empresa.

Quiero un día saber que un guardaparques
Se sentaba cansado en algún banco
Pobre hombre de arena, campesino
Borracho de las sombras de mi calle
Sin hijo, ni árbol, ni libro

En mi caso, por lo menos, tuve que preocuparme de los detalles de la portada, contraportada, introducción, prólogo, descripción, biografía y semejantes. Por suerte me acordé de don José Antonio Millán, quien en su benevolencia, había tenido la infinita gentileza de mencionar la recopilación de Más X que Y en uno de sus excelentes artículos; El mundo entero le saldrá al encuentro, lo que me dio el coraje de pedirle un prólogo, al cual accedió muy amablemente. Quizás lo que más nos dio dolores de cabeza fue el realizar el cambio mental entre un mundo en donde los textos fluyen (i.e. Flow) según el tamaño de los fonts y de la ventana del navegador a un mundo en donde eso está fijo en una página, o sea, pasar de un mundo en donde la metainformación acompaña al texto a uno en donde está implícita en la mente del lector. Muchas horas de revisión, y más revisiones, sirvieron a eliminar incontables pequeños errores de ortografía, de formato y ese tipo de detalles importantísimos. Largas discusiones sobre si tal palabra debía ir o no en itálica intercalaban las horas de minuciosa revisión. Después pasamos a la etapa de subir por un lado la tapa y por el otro el cuerpo del libro, en formato PDF, al sistema de edición de CreateSpace, en donde una mezcla de revisión automatizada y humana nos devolvían los archivos con alguna bizantina excusa técnica que tardábamos días en entender, para no decir descifrar. Tras unas tres iteraciones, los archivos con el libro fueron aprobados para su impresión en el sistema de Print-On-Demand (i.e. impresión a pedido).

Un momento de mucha emoción fue cuando pedimos una copia en papel del libro, llamada Proof, para así poder revisarlo en su fisicalidad y comprobar en el papel lo que funcionaba bien como electrones y fotones. Más días de espera hasta que llegó el libro en un anónimo y simple paquete por correo. Lo revisamos, celebramos y decidimos aprobar su publicación y distribución, con la simple acción de apretar un botón en una página Web. Dos días después el libro estaba en su propia página en Amazon.com. Declaré el éxito en la misión.

Díganlo todo un día alguna vez
Cuando no haya miserias y desastres
Apiádense del hombre que no tuvo
Ni hijo, ni árbol, ni libro

¿Qué aprendimos? Muchas cosas. Para empezar, debimos iterar más con el Proof y no sucumbir ante la impaciencia de ver el libro en un estante virtual. Se nos pasaron unos pocos errorcillos que con la cabeza fría y un par de idas y vueltas con el Proof habrían sido eliminadas antes de la edición. Aprendimos una infinidad de detalles técnicos muy largos de detallar aquí sobre el como pasar del medio Web al medio impreso, sobre el como usar la plataforma de CreateSpace, con todas sus idiosincrasias, sobre como configurar Amazon.com como autor y como editorial, para lograr cosas como Click-To-Look-Inside, por ejemplo. Pero, quizás lo que más aprendimos, fue que el tener el libro en su estante virtual es sólo el principio, pues hace falta lo más importante; la difusión. Más bien, hace falta un buen Plan de Difusión, de preferencia viral, para que se esparza la buena palabra de la existencia de este libro y de sus bondades terapéuticas. Básicamente, trabajo y más trabajo.

¿Cuáles son los pasos siguientes? Muchos, por suerte. Implantar el Plan de Difusión, conseguirse un Agente para España y los demás países de América Latina, mandar copias del libro a los bienaventurados críticos literarios, imprimirlo en Chile para distribuirlo en las librerías locales, publicar la versión en Kindle, empezar a trabajar en la segunda edición y mucho más... Pero, lo más importante es terminar la edición de los dos próximos libros en esta serie, el nunca tan bien ponderado Miccionario y el impresentable del Diccionario de Palabras Inventadas...

El que apretó una tuerca con acierto
El que dijo de pronto una palabra
El que no le importaba ser un hombre
Sin hijo, ni árbol, ni libro
Sin hijo, ni árbol, ni libro


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