jueves, 7 de octubre de 2010

Preparando el Tricentenario...

Se acabaron las fiestas del bicentenario, pues el dieciocho tuvo este año características apoteótisas por la pompa de las celebraciones oficiales y gargantuescas por la ingesta de alcohol a lo largo y tendido de este fin de semana largo. Ni hablaré de los pecados carnales perpetrados en tantas parrilladas a lo largo y alto del país.

Tuvimos un Desfile Militar particularmente lucido y una notable Revista Naval, los cuales mostraron los logros de la importante reorganización de las FF.AA. El Santiago del bicentenario es una ciudad moderna, con flamantes autopistas interurbanas, extensa red de ferrocarril metropolitano conectado por el Metrotrén con las ciudades suburbanas del sur, y hasta el tan vilipendiado Transantiago muestra signos de orden y modernidad. También se aprecia una pujante infraestructura y economía electrónica con los omnipresentes teléfonos celulares y cajeros automáticos hasta medios de pago tan usuales como las tarjetas de débito, Tarjeta bip! y Tags.

Chile como país está por lo general en un buen pie, con una transición a la democracia consolidada, con una economía exportadora estable, con un Estado con pocas deudas y moderno. El chileno promedio, es decir el de a pie, se siente optimista por su futuro. La clase dirigente habla de alcanzar la meta de ser un país desarrollado en unos diez años. Claro que no todo es perfecto, como bien atestigua el coeficiente de Gini, el sempiterno conflicto mapuche, los embates de la crisis externa y los efectos residuales del terremoto del 27 de febrero.

Pero, resumiendo, el bicentenario fue una tremenda fiesta, de un país moderno, en buen pie y celebrando. La resaca de las fiestas duró más de una semana, pero así debe ser una fiesta de verdad y como Dios manda.

En algún momento de la resaca me acordé del centenario, de sus fiestas, de sus desfiles, de la Revista Naval y de la situación general de Chile en 1910, quedando impresionado por las similitudes. En ambos momentos de la historia el país estaba relativamente bien económicamente, disfrutando de las exportaciones de su principal producto minero, el salitre en 1910 y el cobre en 2010. Santiago había sido remozado en ambas ocasiones para mostrarlo al mundo como una ciudad moderna, fiel reflejo de lo que pretendía ser el país. En ambos instantes las clases dirigentes festejaban su éxito financiero sin demasiada preocupación por los reclamos de los sectores más desposeídos. En el Chile de 1910 la clase dirigente y los sectores progresistas se creían reconciliados después de la breve pero intensa Guerra Civil de 1891, al igual que la clase dirigente y los sectores progresistas del 2010 dan todos por superada la cruel dictadura de ese anacronismo histórico en Chile de un caudillo militar. En efecto, la situación de Chile en 1910 y en 2010 es muy similar.

¿Será lo mismo para el tricentenario?

Nadie sabe cómo será el Chile del tricentenario. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en las similitudes entre el país de 1910 y el de 2010. El alegre optimismo de 1910, la Belle Époque, murió trágicamente en 1914 con la atroz carnicería de la Primera Guerra Mundial, con sus pavorosos gases de combate, la terrible Gran Depresión de los años 30 de la cual se salió con otra carnicería, llena de negras pesadillas de muerte industrializada, sólo para despertar anonadados en el medio de la Guerra Fría con su siempre presente Espada de Damocles nuclear.

Para Chile la crisis económica se inició cuando una Alemania bloqueada no pudo importar más el salitre e inventó los nitratos y fertilizantes artificiales en manos del famoso y nefasto químico don Fritz Haber, quién habría también de inventar los gases de combate, y quien fuera amigo íntimo y jefe de don Albert Einstein. Ambos eventualmente obtendrían un Premio Nobel. Chile entró en un marasmo económico, con sublevaciones de la Armada, revueltas varias y surtidas, gobiernos duros o directamente dictaduras, terminando con un anacrónico intento de caudillismo liderado por una derecha olvidadiza de su parlamentarismo eterno.

Tras dos aspirinas me pregunté, ¿qué nos depara este próximo siglo de vida independiente? ¿Más guerras mundiales, depresiones, crisis económicas, políticas? ¿Qué invenciones vendrán a destruir los mercados exportadores? ¿Estamos como país preparados? Sólo cuatro años separaron el optimismo de la Belle Époque, de ese largo siglo lleno de optimismo decimonónico, con la dura realidad de las ametralladoras de 1914.

Quizás esta vez sería bueno prepararse de verdad para el próximo siglo de vida... ¿No?

Les dejo la inquietud...

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