martes, 16 de septiembre de 2008

Dale con que las gallinas mean...


El sábado recién pasado, mientras conversaba con un selecto grupo de lo más granado de mis amistades en algún barucho de la ciudad, a uno de los etilizados presentes se le ocurrió proferir la siguiente expresión, entre dos copas de buen vino; "dale con que las gallinas mean..."

En Chile solemos usar esta expresión popular para hacer notar a nuestro interlocutor que su discurso es un tanto reiterativo muy a pesar de los majaderos hechos. O sea, en buen chileno, que es más porfiado que la cresta.

Existe otra expresión muy similar morfológicamente y de idéntico significado, conocida como "dale con que va a llover", la cual es usada cuando alguien sigue exagerativamente con un mismo tema, que no tiene la más mínima posibilidad de ocurrir alguna vez. Tiene un claro origen peninsular pues hoy en día aún es usada en la mismísima España.

Sin embargo, todos estos estudios filológicos no nos han dado la respuesta a la verdadera interrogante de fondo, ¿mean o no mean las gallinas?

Y eso fue justificación suficiente como para que olvidáramos a todos los hilos de la conversación previa y nos dedicáramos a discutir seriamente, con el abundante apoyo bibliográfico de nuestros recuerdos, sobre si las gallinas mean o no. Obviamente, no llegamos a ninguna conclusión, salvo la de emborracharnos.

Pero, la pregunta es buena, y por eso dediqué todo el dormingo al estudio de tan interesante pregunta. Resulta que por una de esas casualidades de la vida encontré la respuesta, tras generalizar la pregunta (i.e. ¿Mean o no mean las aves?), pero resultó ser un tema escabroso en demasía por lo que se ruega a las almas sensibles no seguir leyendo. Serán perdonadas. De los arrepentidos es el Reino del Señor. Eso va para ti Mauricio.

Haciendo un poco de anatomía comparada descubrí que lo que tienen todas las aves, como buenos dinosaurios que son, es una cloaca, la cual, con una economía de espacio notable, les sirve para las tres funciones básicas de la vida; cagar, mear y procrear.

Cloaca
(cloacae en plural) resulta ser una palabra del latín en donde significa 'drenaje de aguas servidas'. Por eso mismo hoy en día se usa para designar a la cavidad corporal a la cual los canales intestinales, urinarios y genitales desembocan en las aves, reptiles, anfibios y la mayoría de los peces. La cloaca tiene una apertura para la expulsión de sus contenidos fuera del cuerpo, y, además, sirve como depósito del esperma. Todo un muntifuncional, tanto que pareciera fuese diseñado por un japonés.

Como los más observadores de los lectores se habrán dado cuenta, las aves botan un guano acuoso y de un color que varía desde el blanco para las gaviotas hasta un verde cafesoso para los gansos silvestres. ¿Es eso meado o es eso caca?

Indagando sobre el tema desde la raíz descubrí que las aves suelen tener un par de riñones, cuya función principal es la de eliminar los desechos del cuerpo que están siendo transportados por la corriente sanguínea. De cada riñón sale un tubo llamado uréter que termina directamente en la cloaca. Se podrán dar cuenta que por motivos de economía se prescindió de la vejiga y de la uretra. Los tiempos están duros.

Ahora esto es sólo es posible porque la aves en general y las gallinas en particular no eliminan la muy tóxica urea (del griego antiguo οὖῥον, 'orina', vía el francés urée) sino que eliminan urato, que no es tóxico ni soluble en agua. El urato es ese residuo blanco que acompaña las deposiciones de las aves y que compone la mayor parte del guano. Al no ser soluble en agua se requiere de muy poca agua para eliminarlo, sobretodo cuando el todo llega a la cloaca de múltiples usos.

De muchos y múltiples usos es entonces la cloaca, pues las aves también tienen sexo por el mentado agujero y además, el mentado hoyo se usa para poner los huevos, no con cierta dificultad, como los que alguna vez hemos escuchado a una gallina poner un huevo podemos atestiguar.

La mayor parte de las aves, incluyendo a los gallináceos, no disponen de un falo (proviene del latín 'phallus', y éste del griego 'φαλλός') por lo que el macho, que por comodidad llamaremos gallo, bota su esperma (del griego 'σπερμα') en su cloaca. Lo que sucede después es el famoso y nunca tan bien ponderado "beso cloacal", el cual no debe ser confundido con el "beso negro" (también conocido como el "ósculo infame"), el cual será objeto de otro textículo.

El "beso cloacal" dura unos pocos segundos durante los cuales las dos aves se tocan con sus cloacas permitiendo así el intercambio de fluidos seminales. De más está decir que este acto es poco higiénico en extremo. Varias semanas después, un huevo es puesto, por la misma práctica y multifuncional cloaca.

El hecho de que el huevo (i.e. práctico contenedor autocontenido, valga la redundancia) tenga una superficie calcaría ayuda a evitar las infecciones del parto, lo que no es posible en los mamíferos por carecer de tal protección y de allí la necesidad de tener tres hoyos separados para la {procreación y/o recreación}, la eliminación de desechos líquidos y sólidos (i.e. aguas menores y mayores).

Por lo tanto, podemos concluir que el concepto mismo del sexo anal no existe para las aves, que era lo verdaderamente importante del argumento.


Ahora, considerando la fabulosa obnibulación del ser nacional chileno con los gallináceos, que encontramos en nuestra lengua (i.e. gallo, galla, cresta, pico, matar la gallina, etc.) y en nuestro baile (i.e. cueca), ¿qué podemos inferir sobre nuestra sexualidad patria?

Podríamos inferir algunas inferencias (i.e. Prolog), valga la incoherencia. Primero, que en Chile la expresión "todo hoyo es trinchera" es válida, multifuncional y útil. Segundo, que la costumbre que tenemos de usar algo para todo lo que se pueda usar tiene raíces semióticas profundas. Tercero, que la pregunta de si mean o no es una pregunta sin sentido pues en estricto rigor se podría decir que 'cloaquean'. Cuarto, que en alguna parte en el colegio confundí las clases de educación sexual con las de biología.

Podría continuar hablando de los benditos usos que le dan en el campo chileno al 'cloaqueo' de las gallinas, pero sería abusar demasiado del delicado estómago de mis benevolentes lectores.

Sin embargo, si para las gallinas el sexo es anal por naturaleza, entonces, ¿qué podemos decir del sexo oral de los gallináceos? Pues, por muy contradictorio que suene, el gallo practica el sexo oral con el pico.

Entonces, ¿mean o no mean las gallinas?

sábado, 6 de septiembre de 2008

El Espejo Roto


Era tarde. Muy tarde. Pasada la una de la mañana. Mientras bajaba el ascensor desde el piso 25 de la Torre Catalina me miré al espejo. Me ví cansado. Me ví despeinado, con la corbata a un lado, el cuello de la camisa desabotonado, el terno arrugado y el bolso con el laptop colgando. Demasiado tarde para cenar. No porque en Buenos Aires fuese tarde para cenar sino porque yo ya no tenía más hambre. Me alcanzaban las fuerzas sólo para irme a echar a la cama. Mañana tendría que llegar a las siete a la oficina para terminar este puto informe de ventas para mi jefe. No es que no tuviera los datos de las ventas del trimestre. Lo que no tenía eran ventas en el trimestre. Y menos explicaciones de porque no andaban bien las ventas.

El guardia me abrió la puerta a la calle, con esa mirada muda de siempre. Debe de preguntarse qué tipo de chilenito pelotudo soy laburando tan tarde. Otra vez laburando tarde. Por cierto, era como siempre el último en salir de este puto edificio. Mientras caminaba por la calle respirando algo del aire que el viento traía, me pregunté; ¿salir más temprano para ir dónde? ¿a qué? Claro, a la pieza del Sheraton, ese que está frente a la Torre de los Ingleses. Como todos los días de todas las semanas de este año. Una mísera pieza de hotelucho a tres cuadras del laburo.

Distraídamente ví varios pósters de conciertos en una detención de bondi. Los Bee Gees. Silvio Rodríguez. Eso sería algo más entretenido que tratar de inventar ventas cuando los clientes no quieren comprar y los distribuidores no quieren vender. Mañana mi jefe me iba a recagar a pedos. Una vez más. ¿Cómo diablos no podía haber algo más que hacer en Buenos Aires de noche? ¿Cómo merda estaba en esto? Y bueno, en Santiago tampoco tenía nada que hacer de noche. Tres años ya que me había separado. Tres años grises dedicados a una pega de mierda.

Llegué al lobby del hotel, lleno de gente, aún tarde. Esperé un rato un ascensor y me subí. La misma cara cansada me miró en el espejo. Detrás mío entró un señor chico, pelado, con jeans azules, una camisa blanca abierta en el cuello y una cara de puto turista. Se veía contento, relajado, sonriente. No me miró siquiera. Lo ignoré con mi mejor cara de ejecutivo mientras pensaba en qué chamuyo tendría que contar mañana.

Quedé helado. Incómodo. Ese señor conmigo en el ascensor era Silvio Rodríguez. Tardé en reconocerlo. En el colegio había cantado todas sus canciones. Me las sabía de memoria. Casi todos los recreos alguien guitarreaba y el resto cantábamos sus canciones. Era mi ídolo de adolescente. Él me había inspirado en mis sueños. Veinte años después estaba frente a mí. En persona. Pero, yo ya no tenía nada que decirle. Yo era otro. Era otro. Sin mis sueños.

martes, 2 de septiembre de 2008

Sin rastros visibles


Los pasos descalzos salieron de la habitación con una calma inusual. Enrumbaron hacia la cocina con el ritmo pausado de quien está caminado por el seguro sendero de su destino. El celular recién cerrado acompañaba una mano también cerrada. Otra mano, abierta, abrió el refrigerador, sacó el cartón de leche, descremada, y lo llevó a la boca.

La leche se inmiscuyó entre los labios, rodeó la lengua, bajó por su garganta y sólo se detuvo en el fondo de la sed del estómago. La mano abierta botó la caja de leche vacía en el basurero con un gesto tan altivo como certero. El mentón dejó pasar una gota de leche rebelde en su frenética carrera terminal hacia una fría baldosa del piso. El celular cerrado en la mano cerrada estremeció el instante final de la gota de leche en la fría baldosa del piso.

Rabiosa, la mano cerrada se abrió, y el celular describió una perfecta parábola por el aire de la cocina. Pero no entró en el basurero. Terminó estrellado en el piso de frías baldosas convertido en varias piezas más o menos reconocibles.

Con la calma del abandono las dos manos abiertas cayeron sobres los pies descalzos, frente a la estrellada gota de leche. Manos y pies, helados, desnudos, miraron como gotas saladas morían alrededor de una solitaria gota de leche estrellada en el frío plano de una baldosa de cocina. Gotas saladas cayeron y cayeron lejos de las piezas esparcidas del rompecabezas que había sido un celular. Un celular que no recibirá más llamadas de él.

Las piezas esparcidas del rompecabezas de la memoria que nunca habrán de calzar. Con el tiempo la sal de las gotas formó un charco que absorbió la solitaria leche. Las dos manos abiertas se alzaron. Los pasos salieron de la habitación con una calma inusual.

La mañana siguiente sólo quedaría un tenue rastro de sal seca sobre las baldosas frente al refrigerador.

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